viernes, 12 de agosto de 2011

Altaír

Esta historia habla de lo que a veces sentimos en nuestro interior, esa ave de alas inmóviles que espera emprender vuelo...

Ya habían pasado años desde que el niño Altaír había quemado todo su bien material para irse en el camino del espíritu, liberándose de las ataduras tan subjetivamente frágiles de la sociedad. Frágiles, porque finalmente estaban atadas a conceptos tan intrascendentes y superficiales que poco era el terreno en que se sostenían las raíces de estos esquemas falsos... Estos esquemas se ven claramente en el día a día. Se llena el vacío que causa el misterio de la vida, la incógnita mayor, con el materialismo y la creación de necesidades que rápidamente se desvanecen, porque no perduran. El vacío es abstracto, por ende infinito, y también la luz que entra a tu ser al liberarte y alcanzar la liberación material, la esperada catarsis.

Nació en una familia tradicional, donde comían mientras hablaban del clima y de a poco perfeccionaban su capacidad de asediar su verdadera esencia. Iba a un colegio donde lo más importante era el dinero y matar la creatividad de los niños; ir de a poco enseñándoles a los niños que lo que importaba era lo que se podía tocar (el dinero) y que el pensar había que dejárselo a los adultos.

A temprana edad Altaír entendió que esto ningún bien le traería; y supo que tenía que escaparse. ¿Qué valía más, el camino a su esencia y autodescubrimiento o el éxito laboral?

“Tú no vales nada” le decía su ego “no eres más que un niño confundido que busca soluciones estúpidas.”

Largo fue el tiempo que duraron las tardes de meditación de Altaír. Si es que buscaba un lugar en la sociedad, difícil sería sacarle el provecho a esto. Ya que aunque esto traía facilidades y bienes materiales, te esclavizaba al secuaz de tu ego, la jaula de la sociedad. Altaír no habría podido liberarse de las ataduras que la habrían atravesado su ser.

El ego es vital para sobrevivir en la tierra ya que te dice quién crees que eres basándose en la punta del iceberg infinito (tu alma sin fin) y lo que piensa la gente de tu alrededor. Tu identidad (que siempre será creada por el ego) es la que te da ese escudo de protección al decirte que tú eres tú; y nada más importa. La identidad es creada por el ego ya que es una simple concepción que tienes de tu esencia, porque tú no eres simplemente tú; tú eres una infinita cantidad de yos.

Altaír sentía una luz en su interior, y esta luz solo surgiría totalmente si es que emprendía vuelo. Quería dejar toda civilización. Él entendía que los humanos se abrían entre sí los misterios y enseñanzas de su sangre, pero también comprendía que necesitaba sumergirse en su ser para encontrar las respuestas; para finalmente intentar mirar directamente a su esencia sin nada que lo obstaculizara, volver a la inocencia y liberarse de las influencias.

Pero todo era confuso, ya que él siempre había pensado que los seres humanos estaban conectados, no por sus similitudes, sino porque todos pertenecían a la misma verdad desconocida. ¿Y si es que todos éramos uno; si es que éramos todos ramas de un mismo árbol, seríamos todos iguales? No, era imposible, si es que uno seguía la lógica de la metáfora, esta indicaba que éramos todos únicos, aunque una ramificación, claro. Y siempre se confía en las metáforas, por más subjetivas que fueran, o eso era lo que Altaír creía. Y es que Altaír no creía en todas las metáforas, sino en las que eran sacadas de la naturaleza; porque la naturaleza estuvo antes que nosotros, y en ella aguardan los misterios de la vida, porque ella todo lo ve. Ella y todos sus seres vivos (excluyendo a los humanos) están sumergidos en su existencia, y al ser así, ven la infinidad en todo su esplendor, su cuerpo camina por la tierra, mientras su ser vuela en su interior siguiendo sus ciclos naturales allá dentro donde nada te pasa porque estás sumergido en tu esencia protegida con las capas de la ilusión (qué crees que eres).

Se volvió un ermitaño para algún día despertar del sueño causado por el efecto sedante de la vida. Altaír observaba con sus pequeños ojos la confusión vida-sueño; como a veces la infinidad, tan fiel a la verdad, se mezclaba con nuestra realidad tan ambigua. Él veía como su mente lo engañaba. En el fondo él era consciente (en un nivel superior) de la hermosa mentira que vivía la humanidad.

Un día Altaír soñó que volaba hasta el tope del universo cósmico. Sentía el límite, lo rosaba, y se conectaba con él; con el más allá. De a poco Altaír fue entendiendo que él no estaba encerrado en un universo limitado, sino que estaba en lo que rodeaba al tronco de la verdad. Nosotros vivimos afuera del tronco de la verdad, no estamos encerrados en una jaula, sino que no podemos entrar por completo al tronco, solo a través de nuestra rama o alma, al fin lo comprendía, eso era. Altaír tenía la verdad en su interior; y la infinidad a su alrededor, infinidad porque las posibilidades eran infinitas en la tierra, posibilidades de qué era la existencia como un todo.

Era difícil comprender todas las metáforas que le enviaba el rayo de luz que había atravesado su ser. Era el rayo de la infinidad total… Y era usual creerlo ajeno a uno mismo en la tierra. Donde el pasto es verde y el cielo es azul, donde la gente se estabiliza en una sola verdad, cerrándose a las infinitas posibilidades.
Nosotros estamos donde la infinidad se libera naturalmente, donde las posibilidades son infinitas.

El rayo de luz se adentró en su ser para llenarlo de su esencia. Altaír era libre, había encontrado a su ser que todo lo sabía, a su infinidad interior, ahora todo era uno. El árbol se había cerrado para formar un capullo, o así le decía la metáfora; todos los seres formaban parte de lo mismo. La existencia había vuelto a la unión. Y al final lo único que faltaba era eso.
Al despertar, el mundo era abstracto, estaba hecho de conceptos. Altaír caminaba por sueños libre como él siempre lo anheló. Su cuerpo ya sin sentido, es máscara, esa jaula, se partió en dos y de él emergió un ave de alas ligeras; con ojos estrellados hechos de sueños y cuerpo de amor. Altaír era libre. Nada lo mantenía en este lugar que de tan extraña forma concebía su ser.
De ahora en adelante Altaír estaría en paz y seguiría los ciclos naturales de su ser, para seguir sus instintos físicos. En su mente él se sumergía en lo que finalmente perduraba en este lugar al que había llegado: la infinidad y el amor.

Pero Altaír no podía cambiar el mundo, el mundo había cambiado para él simplemente. Altaír de alguna manera entendió que afuera suyo todo había vuelto a la normalidad, pero había puesto una pequeña semilla de infinidad en cada ser, había abierto la parte más profunda de los humanos a las infinitas posibilidades. Altaír se convertiría en una metáfora para los seres que anhelaban la liberación. Eso era él, nada más que una metáfora, una ilusión, un sueño lleno de luz e infinidad.